¿Es auténtica nuestra inquietud por Dios?

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

Esta semana, que llamamos santa los cristianos, sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de nuestra existencia. A mi juicio, siempre es bueno hacer una  pausa y tener tiempo para meditar, y así, poder adentrarnos en el alma de las cosas que nos rodean. Todos los años, coincidiendo con esta época, los que nos llamamos cristianos, solemos vivir días de mucho fervor popular, pero pienso que deberíamos preguntarnos, ante la multitud de manifestaciones de culto: ¿ si ciertamente es auténtica nuestra inquietud por Dios? ¿Sí nos genera procederes interiores de desprendimiento, de unidad, de apertura a los demás? ¿Sí ponemos el sentido de la cruz en nuestra propia vida cotidiana o sí sólo la portamos como figurones? Analizar  todas estas actitudes ya es un gran avance espiritual. Seguramente este “catolicismo popular”, lo volveríamos más litúrgico, más de arrodillarse ante sí, con el deseo de vivir una coherencia de vida cristiana. Nuestra meta no ha de ser tanto formar cofrades, que también, sino personas que hablen con su testimonio de lo que han visto y oído.

            El conocer a Jesús no se acaba nunca, y mucho menos cuando tratamos de ser autosuficientes, puesto que somos personas en relación, y, la dependencia con nuestro creador, forma parte de nuestra misma esencia. Debemos aprender a conocerle, no como una persona del pasado, puesto que sigue con nosotros y seguirá hasta el fin de los tiempos, mostrándonos cómo vivir y también cómo morir. Si en verdad, nuestra inquietud por Dios es cierta, todo florece por la fe. Sin duda, la convicción que procesamos con nuestros gestos semananteros, requiere a priori, el amor de unos a los otros. Hay que bajar al corazón de las gentes. Por desgracia, los tiempos presentes miran en sentido contrario. En consecuencia, por muy intensa que sea la participación social en los ritos de la Semana Santa; el ejemplo de Cristo es la mejor orientación. Él siempre mira las manos limpias, no las llenas; las que auxilian, no las que abandonan. En muchos lugares del mundo, la preparación y ejecución de la representación de la Pasión de Cristo, está encomendada a cofradías, cuyos miembros deben comprometerse con un estilo de vida cristiana, que ha de ser expresión sincera y gratuita de servicio, de acercamiento veraz a nuestro Redentor. De lo contrario, tiene poco sentido su participación.

            A menudo, construimos mundos basados en el poder, en el éxito, y lo que menos se impregna en nuestra vida es una inquietud por llevar a toda la humanidad el don de la fe, dando argumentos, más que con palabras, con nuestra acción. En la pasión de Cristo se desencadena una barbarie, fruto del odio que se alberga en el mundo, y Él toma la cruz sobre sus hombros, nuestra cruz, y nos enternece por su amor. Todo lo da por amor.  La misma Santa Teresa se dejó seducir y arrastrar por tan alto pasión, llegando a confesar que: «Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta». Esto se contrapone a lo que se percibe hoy en nuestro planeta, que está como encarcelado a una red de laberintos de alta tensión. Ahora bien, sí Dios fuese suficiente en nuestro caminar, viviríamos como una familia reconciliada y conciliadora. Responder a la llamada de Dios, cooperar con su creación, es dejar que el Señor nos hable y volver los ojos más que nunca a la cruz, para conversar profundo y conservar en el corazón la alegría salvadora, que es un elemento central de la experiencia cristiana.

            Hay que ser propagadores del júbilo pascual, desenmascarar el mal en cualquier lugar donde anide, y descubrir que Jesus es la luz que siempre está encendida para que los caminos del espíritu lleguen a buen puerto. Ahora bien, desconfíen  de aquella persona que no ha tenido cargas que sufrir, es que aún no ha sido cristiano de verdad, por muy cofrade que sea.

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