Otoño

Fulgencio Spa Cortés

Otoño entierra los retales luminosos del verano. Juega a vendavales. Huele a alcanfor, a acequias estancadas, a hojarasca, a tierra perfumada por lluvias nuevas y a rocíos madrugadores. En Otoño hay melancolías que la razón no entiende. El alma cursilea. Las noches son grandes y los días tacaños. En los campos y en el ánimo hay murmullos. Nos sentimos hogareños, íntimos. Escarbando en los años, llegamos a atardeceres soñados, a la reja donde cada noche estrenábamos emociones; y nos llega el recuerdo de la placeta donde alumbraba una bombilla amarillenta de luz pobre, mientras nuestra niñez jugaba junto árboles polvorientos que de día eran pájaros y de noche fantasmas. Y arañando en el tiempo: «¡Niño, hijo, no te alejes que ya es noche» «No me alejaré mamá»

Otoño es muestrario de todos los meses del año. Las nubes, fantasías aborregadas, espantapájaros rotos, aprendices de fantasmas, caprichos blancos estériles de aguas en alocadas carreras que se atropellan buscando un refugio en el azul del cielo. Y, otras, las nubes, se amontonan, apelmazan hasta ser gigantes cántaros de luto que, silenciosamente, bajan sobre las alamedas y campos soñando ser ríos y pantanos. Se nota el Otoño en que hay mucha ceniza en el cielo. La mar se hace estaño, donde no sorprende ver navegar confiado al frágil falucho. Y el sol, chorreando colores de banderas piratas, es tragado por la mar. Y repentinamente, como capricho, la mar se hace volcán que vomita azules furiosos, que se tapan con cortinas transparentes de salitres. Espumas violentadas.

Se nota el Otoño en el canto apocado de los pájaros, en el suspiro incontrolado, en la pardez del monte, en las manías del corazón que invita a confidencias, en la desnudez de los árboles enteleridos de frío. Se balancean las nostalgias. Por las rendijas, atrofiadas por los años, se cuelan los recuerdos buscando la niñez perdida, la mejor edad del hombre. Y duelen más en Otoño las heridas del alma y las ingratitudes. Otoño mece, cuentos de príncipes encantados, bosques donde lobos nunca se comieron a la abuelita. Y Nace Noviembre, tercer hijo de Otoño. Nace triste, sobre pequeños mares de aceite donde navegan «mariposas» barquitos de corcho y naipes. En cada «mariposilla» de luz, navega el recuerdo de uno que ya no está. ¡Señor, Señor, cada vez más flores, más rezos, más fotos, que noviembre con sus calmas, y nubes estériles de aguas, nada más nacer nos pone en su paisaje y cala en el alma. Y quedan los consejos y cariños sin gabelas. «Hijo no te alejes que ya es noche» ¡No me alejaré mamá».

Cuando regresamos de ejercer la vanidad y la gratitud de cada año, las «mariposas» ceremoniales que respetuosas, navega lucecitas sobre mares pequeños de aceite, se apagan. Hemos cubierto el compromiso. ¡Pero qué desconcierto, en el corazón, cuando nace Otoño. ¡Qué tristeza más honda!, amarga y profunda cuando el Otoño visita al hombre herido de años y desengaños. Y qué Ilusión, alegría y esperanza tener fe en el mensaje: «Quien cree en Mi no morirá para siempre! En esas Alturas no habrá mariposas de luz mortecina navegando en mares chicos de aceite. Todo será luz y vida para siempre. Y allí tal vez nos volvamos a encontrar…

 

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