El pasado mes de mayo fue nefasto para el sentimiento, para el afecto, para el cariño, para el propio corazón. Partiendo de la base que cada fallecimiento, por anónimo que este sea, se convierte en un duelo que afecta principalmente a lo individual, pero también al colectivo más cercano; cada persona que se nos va físicamente para siempre hace que tiemblen los cimientos de nuestro corazón, pero no es menos cierto que cuando el que se marcha a una «vida mejor» es una persona socialmente conocida, apreciada, querida, reconocida, desde las perspectivas privada y pública, nuestra individualidad personal y el entorno social se moviliza y propaga por propia inercia el dolor y el descorazonador adiós, ése último saludo envuelto en llanto que se entiende es para siempre. Como les digo, en el mes de mayo salió a pasear (nunca lo hace de una forma altruista) la inesperada «parca» para arremeter con toda su crudeza y hacernos sentir que en este dichoso mundo tenemos el valor de lo presente, con las esencias que nos dejó el pasado, porque nunca sabemos cuánto futuro tenemos en nuestras vidas, en nuestras manos. Volviendo al refranero «no somos nadie». La «parca», vestida con todo su negro tenebroso y extremadamente fatalista, anduvo de esquina en esquina buscando saciar su maldita sed, haciendo guiños engañosos y fúnebres entre los mortales, para llevarse de un solo golpe con ella, sin aparente vehemencia, la vida de seres queridos que hasta ahora habitaban entre nosotros con su bendita presencia, y que ahora, cohabitarán de por vida en los rincones privilegiados de nuestro corazón y de nuestra frágil memoria.Mayo, que se presume es mes de vida, que está marcado por la vitalidad y el renacer de nuestro entorno, arrancó con la noticia de la marcha inesperada del que fuese uno de los mejores alcaldes de esta ciudad, José Molina Navarrete. Hombre cabal, honesto, consecuente con el tiempo que le tocó vivir (en tiempos de la transición democrática) y leal desde lo más profundo con los suyos, los motrileños. Aplicar el concepto de que fue un hombre bueno o un buen hombre, se me antojan una frases que no resumen todo aquello que albergaba su personalidad, ya que atesoraba los valores de los hombres humildes que hicieron, a base de mucho esfuerzo, crecer a nuestro pueblo desde la sencillez, desde el gesto amable, desde la sapiencia que da ser motrileño integro, alejado de la altanería hipócrita, pues siempre fue fiel amante de sus tradiciones y de las conductas nobles que marcan la esencia del que se sabe querido (quiere y serás querido) y vuelca todas sus acciones en el permanente bien hacia los demás.
El segundo mazazo, el segundo paseo de la jodida «parca» nos arrebató a un amigo que con su apellido nos hacía identificar (y así seguirá siendo) a toda una familia: Cabarroca. José Luis, después de luchar con todas sus fuerzas contra una de las enfermedades más mortales del siglo XXI, y que muchos anhelan que en futuro no muy lejano, al menos, se pueda erradicar la palabra «mortal» para aplicar lo de enfermedad «crónica» (en eso está la investigación científica), no pudo vencer su particular batalla ante el «bicho» que lamina la vida del contrincante. Cuando en el pasado Domingo de Ramos compartimos una charla de casi dos horas, ante la presencia de su hija Rocío, en la Plaza de las Palmeras, no acabé de asimilar que sería mi último diálogo con él, pero el destino marcó otro inexorable camino. Siempre he dicho que José Luis entrañaba, poseía, la sabiduría del motrileño que se apasiona «a tumba abierta» y de forma decidida con lo que él cree que es importante para su ciudad, y José Luis, llevaba a gala disfrutar hablando, principalmente, de tres parámetros que marcaban su vida, por lo menos en el ámbito social: la política (el P.P.), el deporte (el fútbol) y la Semana Santa (a caballo entre la Borriquita y el Nazareno). Por cierto, en la parcela deportiva tuve el privilegio de compartir micrófono en la SER, mientras un servidor narraba los partidos, José Luis hacía comentarios futbolísticos desde la perspectiva arbitral. Así que, Antoñita, María del Mar y Rocío tendrán ya para siempre el legado vital de un hombre que se entregó sin reparos a todo aquello que le hacía palpitar cada día.
El tercer revés de mayo, me encogió el corazón sobremanera, por lo absolutamente inesperado de la fatal noticia y, porque sinceramente, ya acumulaba días de desazón ante tanta marcha inesperada. Se me fue un amigo: Cecilio Arcas Barros. En mi vida, una persona cómplice, un hacedor de nuevas iniciativas, un innovador permanente, un motrileño de pro, una persona identificada con todo el movimiento social de nuestro querido Motril, sin pedir nada a cambio. Cecilio (Cecilín, para los amigos de VERDAD), no sé si tendrá algún día el hueco que por derecho le pertenece por sus múltiples contribuciones al avance del pueblo al que amaba de manera incondicional. Sí, porque esta ciudad ha crecido con ideas nacidas de colectivos que han propiciado la participación, directa o indirecta, del resto de los motrileños, y Cecilio supo aglutinar las inquietudes de las gentes de esta tierra consiguiendo involucrar a aquellos que como él soñaban con un Motril mejor, igualitario, abierto a todos. Al margen de impulsar en sus orígenes la Cabalgata de Reyes Magos, su parcela más prolífica, la que dominaba los movimientos más profundos de su corazón, siempre estuvo enmarcada en el grandioso y sentimental mundo de nuestra Semana Santa, la que él hizo suya por sabiduría, experiencia, devoción y amor. La Semana Santa que hoy conocemos no sería la misma sin haber contado con la contribución de Cecilio.
A nadie escapa su entrega con Cofradías como la Salud, Nazareno, Perdón, Gran Poder y su querida Hermandad de la Borriquita, de la que fue creador, alma mater y Hermano Mayor, sin olvidar, su pasión y trabajo en beneficio de la Hermandad de la Patrona de Motril, la Virgen de la Cabeza. Con todo, poco podrá un servidor descubrirles de su faceta cofrade, al haber sido un personaje tan conocido en este ámbito, por lo que prefiero dedicar las últimas líneas de este artículo a resaltar su persona, su humanidad, lo que en verdad prevalece en el tránsito vital, lo importante, lo que nos hace maravillosamente diferentes, y él lo era. Como Cecilio, difícilmente habrá otro, porque fue de esos personajes que han marcado época en Motril con letras mayúsculas, por su trayectoria tan impresionante y tan irrepetible, a pesar de esos «personajillos» cofrades que salen como setas para malmeter permanente sin tener ningún aval en su baúl; esos que llevan un cuarto de hora en el mundo de las Hermandades y se endiosan con la torpe, torticera y patética complicidad de los chupópteros que les rodean. Pero no, no gastaré ni una línea más en aquellos pobres de alma que intentaron amargar la vida de Cecilio, en el intento de desprestigiar los senderos que abrió para todos, antes incluso, de que hubieran nacido los que pretendieron su hundimiento cofrade, esos que no midieron que en lo personal Cecilio estaba por encima de todos ellos. Cecilio siempre ha sido mucho más, único en su género; un personaje irrepetible en la indivisible e indeleblemente historia del Motril. Mi amigo ya tiene un recuerdo privilegiado en los anales de su ciudad. Así que amigo, gracias por regalarnos tantos momentos llenos de felicidad y emoción, gracias por tener siempre un gesto amable, una palabra a tiempo y una inquietud vital que nos ha enseñado que debemos luchar por aquello en lo que creemos.
Y termino, José Molina ostenta la Medalla de Oro de la Ciudad, merecida como el que más, ahora bien, y me dirijo a nuestros regidores, que sé tiene a bien leerme: en vez de pensar en otorgar nuestra más alta distinción a «personajes» venidos de fuera, piensen un poco en los de aquí, en aquellos que han dejado su vida ejerciendo de motrileños auténticos con sus virtudes y con sus defectos, aquellos que quedarán en la memoria para siempre por sus buenas acciones, aquellos que en verdad merecen tal distinción; en este artículo tienen otros dos ejemplos de motrileños que son acreedores de reconocimientos mayores, de reconocimientos institucionales, porque piensen, José Luis y Cecilio no reúnen los requisitos para, por lo menos, ser declarados Hijos Predilectos de la Muy Noble y Leal Ciudad de Motril; a su criterio lo dejo, Señorías.
El maldito mes de mayo se fue, pero Pepe, José Luis y Cecilio siguen estando entre nosotros ¿alguien lo dudaba?…