No me gustan las guerras, ninguna. No son buenas, provocan sufrimiento y dolor. Supongo que muchos dirán que a ellos tampoco, pero que la intervención en Libia no es una guerra, que no es como la guerra de Irak, que es para defender a la población civil, para acabar con un tirano o para establecer un área de exclusión aérea, que tiene el consentimiento de Naciones Unidas…
Pero en medio de todas las noticias y justificaciones, oigo otra frase: «están estudiando la posible congelación del comercio de petróleo y gas con Gadafi». ¿Cómo? ¿Qué la comunidad internacional, es decir, nuestros países y gobernantes, siguen negociando con Gadafi? Claro, les hace falta, hasta ver quien se hace cargo del negocio.
Y, cuando empiezo a preguntarme, mi mente ya es un hervidero: ¿Por qué ahora es un sátrapa, y cuando estuvo por aquí de visita no lo era? ¿Quién le ha vendido las armas, y ha montado el ejército de este tirano durante cuarenta años? ¿Y quién se las ha proporcionado también a los rebeldes? ¿Qué compañía está explotando ahora mismo el petróleo de Libia? ¿O quién lo quiere explotar? ¿Qué intereses reales hay detrás de todo esto?
Decía que las guerras no son buenas, y que suponía que en eso, todos estaríamos de acuerdo. Y no es verdad, no son buenas para los pueblos, para la gente, para esos a los que dicen defender. Pero son muy buenas, muy rentables, para los que buscan negocio, ganar más a cualquier precio, sin ningún escrúpulo. Hay que mover el negocio de la guerra, para seguir ganando.
Y esas compañías son las que cotizan en bolsa, en las que invierten los bancos para darme un interés por mis ahorros o asegurar la rentabilidad del plan de pensiones privado que me ofrecen todos los días. Así que podemos ser también cómplices, por no cuestionarnos qué hacen con nuestros ahorros, por seguir queriendo ganar más sin importarnos cómo, por dejarnos engañar por esta sociedad que dice defender unos valores y propone los contrarios como modelo de vida.
Si queremos de verdad ser solidarios con todos los pueblos que buscan su libertad, tendremos que ser ciudadanos activos, críticos y que se planteen otro modelo, otra forma de vivir para un mundo mejor. Por eso, ahora también hay que decir «NO A LA GUERRA», por todo lo que eso implica. Porque son necesarias, y posibles, otras formas de relacionarse y de solucionar los conflictos. Porque los derechos humanos, y la paz, nunca pueden ser un pretexto para la guerra, ya que, por definición, la guerra es la negación absoluta de los derechos humanos y la paz, y nunca busca el bien de los pueblos.