La primera vez que vine a Castell tenía siete años y aunque nunca antes había pisado su tierra, ni visto su mar, sentí que de alguna manera volvía a casa.
Ese era el escenario de tantas historias contadas al calor de las sobremesas, ahí ocurrió casi todo lo importante que condujo a mi gente, y por ende a mi misma, a ser lo que somos.
En este pequeño rincón, hubo una guerra, la hubo en todo el país, pero para mi familia, todo empezó (y quizás acabó) aquí.
De aquí partieron una fría noche de febrero en lo que luego se llamó la desbandada de Málaga, y aquí quedaron perdidas para siempre, todas sus pertenencias. Desde la casa, a todo lo que en ella había: fotos, joyas, ropa, muebles, documentos… los testigos de ese pasado que ya se perdía para siempre, se quedaron aquí.
Y como todo lo pasado, fue adquiriendo categoría de leyenda: los barcos de la familia, el cortijo de la abuela, la casa del padre… todo ocupó un lugar pro derecho propio, en aquel dulce tiempo de la infancia.
Por eso, cuando treinta años después, llegué siendo una niña de vacaciones a Castell, me sentí como en mi casa.
Poco podía imaginar entonces, que años mas tarde, volvería a este bello rincón para instalarme en él, cerrando así un ciclo que se inició con una huida.
De alguna manera yo también huí. Lo hacía de una gran urbe tan maravillosa como invivible, buscábamos una nueva forma de vida, más en comunión con la naturaleza y con el ser humano.
Y lo encontré. Debo reconocer que me costó, como todo lo bueno, el camino hacia ello fue una dura catarsis. Sobre todo los primeros tiempos fueron muy duros, pero me condujeron a este dulce paraíso en el que discurre mi vida, teniendo como marco este plácido lugar.
De esta zona se habla poco en los periódicos. Solo suele aparecer cuando ocurre una catástrofe, un presunto delito, o como últimamente, cuando se queda a las puertas de esa autovía, que de alguna manera nos acercará un poco más al resto del mundo.
Por eso hoy al levantarme y ver este maravilloso y casi perpetuo sol que ilumina mi existencia, jugar con el azul de este mar que baña mis paseos cada mañana, sentí la necesidad de escribir sobre él, para así agradecerle todo lo que me ha dado en estos años, y de paso para que se sepa, que con autovía o sin ella, el paraíso está aquí.