Tenía yo diez años y empezaba a estudiar interno en un colegio de Córdoba aquel bachillerato de Pedro Sainz Rodríguez que según los modernos pedagogos adolecía de mil defectos que nunca le vi pues los alumnos aprendíamos (quizá fuera porque teníamos la nefasta manía de estudiar y los profesores de enseñar), cuando mi hermano Salvador me regaló un libro de cuentos del que fuera canónigo de Sevilla Juan Francisco Muñoz y Pabón. De ellos recuerdo vagamente uno cuyo argumento a grandes rasgos era el siguiente (perdone el lector si después de tanto tiempo olvido detalles o los agrego de mi cosecha).
En un pueblecito sevillano estaban los albañiles descalichando una vieja pared para revocarla, cuando apareció una inscripción que los dejó perplejos. Decía así: «ANKA». Se corrió la voz y acudió el alcalde que intuyendo se trataba de un importante vestigio del pasado llamó a ese erudito que en todos los pueblos suele haber, conocedor de la historia antigua y lenguas extrañas.
El parecer del erudito fue que el autor de aquella escritura pudo pertenecer a época romana por la letra, pero puesto que si bien la «K» fue usada ampliamente por los romanos en época arcaica, quedó después sólo en abreviaturas y escasas palabras tomadas del griego, cabía la posibilidad de que se tratara de unos griegos romanizados.
Para salir de dudas ordenó el alcalde que continuara el descaliche con todas las precauciones y fueron apareciendo más letras a la izquierda de la primera «A», hasta quedar la inscripción de esta manera: «KAPANKA».
«Las primeras letras ‘KAP’ aluden sin duda a la cabeza -opinó el erudito- pues cabeza en griego se dice «kefalé» palabra emparentada etimológicamente con la latina «caput» o la catalana «cap» con el mismo sentido, y ‘ANKA’ podría ser el nombre de una divinidad local de forma que nuestro pueblo sería la cabeza del territorio donde se rindió culto a ese dios».
Se continuó limpiando por el otro lado y después de un concienzudo trabajo quedó a la vista, completa, la enigmática leyenda: «KAPANKALA».
Se devanaba el erudito los sesos intentando descifrarla sin conseguirlo: «Esto suena más complicado que el latín. Debe tratarse del no descifrado idioma de túrdulos o turdetanos, nuestros antecesores, y hacer referencia al nombre de nuestro pueblo en aquellos remotos siglos. Con esta base se podría proponer a la Real Academia de la Historia un escudo que incluyera la leyenda «Municipium Kapankalense».
En éstas acertó a pasar por allí un vecino que volvía del monte con una carga de leña. Preguntó qué ocurría y al saberlo aclaró a todos:
– Ese letrero lo escribió mi «agüelo» hace un montón de años. Tenía aquí un rulo o polvero donde vendía yeso y cosas «d’esas». Y lo que dice no puede estar más claro: «ca pa’ncalá» (cal para encalar).
El cuentecillo puede aplicarse a otros casos en que cuestiones de una simplicidad meridiana se complican al querer envolverlas en alardes de ilustración. Algo así creo que ha ocurrido a algunos con el escudo de nuestra ciudad.
Está claro que la leyenda que en él campea debe ser, casi tal como podemos ver en la copia manuscrita que se conserva del libro de Tomás de Aquino y Mercado, Civitas Sexifirmensis» (Ciudad sexifirmense o de Sexifirmo) con el sufijo latino «ensis» tan empleado en gentilicios: Granatensis, Hispalensis, aunque en el citado manuscrito se incluyó una «i» de más, error frecuente en otros autores de la época… pero para complicar la cosa, como «Sexifirmensis» es palabra derivada de «Sexi Firmum» (por la ciudad de Sexi Firmum Iulium) alguien decidió escribir en un determinado momento «SEXI FIRMENSIS» como si de dos palabras se tratara, error similar al que podríamos cometer escribiendo «CÉSAR AUGUSTANO» por «CESARAUGUSTANO». Además en algún momento se añadió la «S» final de «SEXIS», que aparece en escritores tardíos en lengua latina.
No paró ahí la cosa, pues antes o después otro innovador convirtió una «i» en «o» (no es descartable que ocurriera al transcribir un manuscrito en que la «i» se había convertido en un borrón), con lo que pasó a ser «Sexisformensis» en el primer caso, o «Sexis formensis» en el segundo.
Y ya que entre la tercera y cuarta sílaba se producía una ruptura al tomar por motivos de estética y espacio sentido descendente en la orla, no falta quien lee: «Sexis for mensis».
Así sigue en la actualidad sin que nadie desfaga el entuerto. Y testigo de ello es un artículo que por ahí anda en que se pretende explicar el significado de tan sencillo lema con una serie de despropósitos que incluyen la mezcolanza de latín y gótico, con absoluto olvido de las leyes del blasón.
El delirante propósito de tantos amantes de la patria chica de identificar a Motril con la fenicia Sex o la romana Sexi Firmum Iulium, al que no escapó nuestro admirado don Manuel Rodríguez Martín, les llevó en más de una ocasión a adentrarse en berenjenales por los caminos de Kapankala, escribiendo disparatados artículos que ahí quedan como testimonios de una época que no acababa de asimilar el varapalo que para los falsificadores de la Historia supusieron libros como la Historia Crítica de los Falsos Cronicones, de José Godoy Alcántara.
Sólo añadir que tanto Sex como Sexi formulada iulium es Almuñécar.
Sexi firmum iulium quería decir, que a veces los móviles juegan malas pasadas.