La hora más oscura

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Dicen que la hora más oscura de la noche, es la que precede al alba. En ese momento el cielo adquiere una luz especial.

En contraste con la negritud de la bóveda celeste, las estrellas brillan con tanta intensidad, que parece que quisieran desafiar al sol, librando cada alborada una particular batalla, que saben de antemano que van a perder.

El viento también participa en ella, es como si apareciese en escena, para disuadir a las estrellas de ese afán imposible de permanencia.

La quietud de la noche se rompe, la brisa matinal comienza a mover las hojas y silva entre ellas, despertando a las aves que en breve atronaran con sus cantos la madrugada.

Y es en ese momento apocalíptico de fin y principio, mi momento predilecto del día, cuando los veo.

Suelo levantarme pronto para saludar al sol antes de iniciar mi jornada laboral y paseo junto a la orilla del mar esperando la salida, siempre majestuosa, de un astro que día a día supera en belleza su puesta en escena.

En contraste con este cuadro, están ellos y ellas, decenas de emigrantes aguardan, posiblemente ajenos a la belleza que los circunda, la llegada de los agricultores que paran sus vehículos y seleccionan a los elegidos por la diosa fortuna, para que ese día trabajen.

Apenas ven más allá de los ojos de quienes tienen en sus manos su destino. Siguen con la mirada al coche, según va acercándose a ellos, y buscan a quien lo conduce.

Lo miran de frente, intentando comunicarle con su ansiosa mirada, la necesidad de ser ellos los escogidos, parecen querer decirles en ese lenguaje sin palabras, que no se arrepentirán si lo hacen, que plantarán o recogerán el fruto mejor que nadie, que con sus manos crecerán fuertes y sanas esas plantas en cuya simiente se albergan tantas esperanzas.

Procuro evitar sus miradas, porque siento que estoy escudriñando su intimidad y cruzo los dedos para que ese día haya suerte y todos encuentren un sitio.

Casi nunca ocurre.

Cuando poco después paso con el coche, me cruzo con los que vuelven a casa, arrastrando los pies y con ellos toda su persona.

El contraste es brutal, apenas está amaneciendo y para ellos ya ha terminado el día.

Están solos, quizás en ese momento más solos que nunca. Su familia está a miles de kilómetros, y por delante tienen veinticuatro horas para esperar de nuevo. Su ciclo coincide con el del sol al renacer cada mañana, pero para ellos es tan negro, que siempre parecen estar precediendo al alba.

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